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¿POLICÍAS DESARMADOS?
Hubo una época feliz para los atracadores, bastaba coger una simple porra de madera de chopo blando o navajita de menos de cuatro dedos, entrar con antifaz de papel en la sucursal bancaria más próxima y, a pedir de boca cuanto se quisiera, igual que en los cuentos mágicos de hadas o de calleja donde el relato era encauzado a una mentalidad ingenua e infantil.
Afortunadamente en aquellos años eran muy pocos los malos existentes y, como nunca pasaba nada, las medidas de seguridad brillaban por su ausencia. Desde entonces, venimos observando cómo ha cambiado el cuento, los planes de protección de personas y bienes van en aumento al son de la multiplicación de acciones violentas, terrorismo y modus operandi de la delincuencia habitual. Así es, no vivimos en una época romántica y de ensueño, en los tiempos que corren, a los adultos que dejaron de ser almas cándidas y policías profesionales, no se les puede ir con historias surrealistas respecto de tácticas de vigilancia en la seguridad de edificios públicos para repeler agresiones previsiblemente insignificantes, o fábulas tontas de hormiguitas y cigarras, ni de lecheras que se les rompe el cántaro de leche por su poca diligencia o responsabilidad, narraciones obsoletas que hace años intentaban justificar en el servicio a policías desarmados. Evidentemente en nuestra cotidianidad con los peligros que acechan, recientemente la amenaza yihadista, nadie esgrime tales argumentos. Las medidas de seguridad implementadas en edificios protegidos por personas e instalaciones son prácticas y efectivas acordes con la actualidad que vivimos, nunca basadas en cuentos clásicos donde con avisar que viene el lobo es suficiente. Ahora prima la prevención tecnológica de las instalaciones, scanner, detectores de metales, circuitos cerrados de videocámaras, alarmas, etc., y por su alto grado de infalibilidad, el control de acceso, mediante vigilantes jurados apoyados por policías armados con chalecos antibalas instruidos en la protección de edificios públicos.
No obstante lo anterior, se oyen rumores, cuentos chinos y de Pitigrilli, dicen que un niño en no sé donde gritó: ¡Mamá, ese policía mayor no lleva pistola! Vaya sandez, igual que en el cuento del rey que iba desnudo. Esa patraña no se la cree nadie, somos adultos y serios, por favor. Hoy en día los policías para poder dar protección llevan arma reglamentaria cuando prestan servicio propio de seguridad de cara al público, igual que en la mili donde el servicio de armas se distinguía perfectamente de los servicios mecánicos. Otra cosa es ejercer funciones burocráticas en el interior de instalaciones policiales donde el arma no se necesita para nada. Como es bien sabido, un policía desarmado y con más años que Nefertiti, por ejemplo, no puede proteger a nadie ni defenderse a sí mismo, además, es el menos indicado para hacerlo, lo cual conllevaría un grave error del mando en el nombramiento del servicio, si se diera el caso. Esto tan simple lo entiende hasta el tontaina de Abundio, mucho mejor los sindicatos y partidos políticos que están en contra de semejantes arbitrariedades, aunque alguno piense lo contrario o se muerda la lengua. Además, lo divulgan para general conocimiento las Jefaturas de cualquier organización policial en diversa normativa, reglamentos y circulares que desarrollan la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y planes de seguridad, donde especifican los requisitos exigidos en el puesto de trabajo, para que los mandos intermedios sepan a qué atenerse con los policías mayores armados y desarmados preocupados a esas edades por su jubilación, la tensión, los triglicéridos, el azúcar alto, la disfunción eréctil y locomotora, y con exceso de presbicia para vigilar…
En efecto, los policías mayores son una clase de policías peculiares. Sus dolencias, achaques y penas, naturalmente, van por dentro, sacando fuerzas de flaqueza para seguir afrontando el servicio día a día cada vez con menos energía biológica. Estas condiciones físicas y síquicas le caracterizan en el puesto de trabajo, aminorando su respuesta a las exigencias requeridas para desempeñarlo, máxime en el ejercicio de funciones con situación de riesgo o amenaza evidente, donde se extiende con creces la inseguridad hacía las personas a proteger. La edad y las situaciones de peligro por la actividad ejercida son, por tanto, condiciones destacadas y relevantes a tener en cuenta según normativa sobre prevención de riesgos laborales. En este sentido, no puede haber ninguna indiferencia en el nombramiento del servicio en cuanto a la edad de los policías, cuyas aptitudes psicofísicas se van perdiendo con los años. Y, los chalecos antibalas, no bastan para garantizar la seguridad ante esos factores de riesgo.
Es la retahíla de siempre. Pobres ancianos que pena dan…, continuamente defenestrados de los chollos, bicocas y oficinas hasta por su olor geriátrico. Enviados por arraigo tradicional el contingente de abuelos y abuelas a la primera línea de fuego, de centinelas, como carne de cañón. Es lo que tocaba antes, aunque había seguridad. Hoy ante la incertidumbre y, quizá con los tiempos competitivos que corren, el culto a la imagen, la velocidad informática y los anuncios publicitando lo más bello y mejor, los viejos apestan mucho más e importan menos que un pimiento. Se adora a un niño, a los jóvenes fuertes y guapos, a un árbol y hasta un animal, y a los mayores vistos ahí diferentes, solos con sus reivindicaciones, arrugados y desprotegidos por la edad, e incluso desarmados moralmente para hablar, que les dan… Algunos apuestan por hacer un flaco favor, sustituyendo los vigilantes jurados por policías en la seguridad de edificios, política que no es precisamente de ahorro y con más coste de personal aporta un remiendo torpe y pasajero, probablemente llevando de nuevo la “carne vieja” al matadero, al manipular los scanner y arcos de metales, se descuida la vigilancia policial en la táctica de prevención con armas. Falta el buen sentido, en la triste historia de siempre, el cuento de nunca acabar, la pretendida lucha casi callada llegada la vejez por la jubilación anticipada o segunda actividad. Los viejos sobran y falta savia nueva, es el fondo del asunto… Cuestión ésta que a muchos jóvenes y a ciertos mandos empeñados solamente en prolongar su posición y bienestar hasta los ciento y pico años sin importarles los demás, lamentablemente, la lucha de los mayores les da igual…
Menos mal que por el momento ha cesado el drama en este argumento poco trillado, apartado del interés general. Historia común de muchos compañeros que a pesar de sus canas siguen trabajando para proteger los derechos y libertades. Policías locales veteranos, hoy rescatados del olvido, considerados y apoyados con la llegada de buena voluntad política digna de reconocimiento consensuada con los sindicatos que ha puesto manos a la obra en medidas de prevención, hasta alcanzar la esperada jubilación anticipada: Gracias a la regulación de los puestos de trabajo con sentido coherente, los mandos ocupan a policías mayores desarmados en labores administrativas y, a los agentes armados capacitados por su edad, en servicio de seguridad y otras funciones tasadas, prestadas en exclusiva por personal no operativo. Ahora con estas normas aprobadas, después de oscuras e intencionadas razones por las que el legislador descartó la aplicación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales a la policía, pero no así sus principios rectores, la protección ha quedado óptimamente garantizada en cuanto al servicio con arma de policías no operativos, y nunca más habrá que avisar viene el lobo como en los cuentos de antaño cuando había tanta inocencia.
Por último, se espera la consolidación práctica y efectiva de estas medidas que irán paulatinamente mejorando hasta sus últimos detalles y consecuencias. Ejemplos: Al destinar policías no operativos, en funciones de seguridad de cara al público, debería regularse la edad máxima de prestación por debajo de la establecida en aras de dar mayor protección a los más mayores y realizar el servicio con eficiencia, y en la adscripción, permanencia y remoción de funciones no operativas, clarificar los procedimientos reglamentarios que garanticen su seguridad jurídica en el empleo, impidiendo el ejercicio de diversas funciones por el mismo componente, entre otras cuestiones. Misión de vigilancia y responsabilidad encomendada a la Comisión de Seguimiento para que no se convierta en río revuelto y se vuelva a las andadas. En definitiva, la protección es a los mayores y aún queda bastante por hacer.
Autor: José Luis Rodríguez Velasco